https://vimeo.com/222566807
Este precioso documental se proyectó el 12 de octubre de 2018 en el 6º Panorama de cine colombiano, en París. La película muestra un momento en la vida de dos mujeres de la ciudad de Cali que viven en el distrito de Aguablanca, un sector de la ciudad que surgió como una invasión durante la década de 1970 y se convirtió en la zona más violenta y menos conocida de una ciudad que se considera alegre y vibrante.
Nikol y Erika forman parte de un grupo de danza y hace unos años participaron en el video oficial de la canción más popular de salsa choke: el ras tas tas. Tras el éxito de la canción, Nikol se convirtió en una celebridad local. La gente se le acerca con curiosidad y algunas empresas han comenzado a invitarla a trabajar en eventos promocionales. Ha decidido viajar a Estados Unidos para reencontrarse con su marido y está organizando todo para una cita que le han dado en la embajada.
Una cita en la embajada de Estados unidos es un acontecimiento singular en la vida de un colombiano, algo que hace unos años inspiró al realizador colombiano Lisandro Duque para hacer su segundo largometraje, Visa USA (1986) y que es el punto de partida del sueño americano en su versión nacional. La solicitud de la visa americana es un trámite muy costoso que requiere una larga preparación de documentos, un tiempo de espera que suele ser superior a un año, y al final, la entrevista se realiza a través de una simple ventanilla, con un funcionario menor y durante apenas unos pocos minutos.
En el documental de Navas y Torres, el viaje de Nikol funciona como una medida del tiempo narrativo, en el sentido de que introduce, desde un principio, un acontecimiento futuro, claro y reconocible. Sin embargo, no se trata del tema principal de la película. Poco a poco, las rutinas cotidianas de Nikol y de Erika desplazan el sentimiento de espera ligado a la cita en la embajada y al posible viaje a Estados Unidos, hasta el punto de que el sentimiento de espera se disuelve, y con ello, el documental se somete a un ritmo narrativo insolito.
Es el presente mismo lo que adquiere relevancia, lo que relega el futuro viaje de Nikol a una simple ocurrencia de la vida. Ese presente del documental que retrata el presente de la vida sugiere que Nikol y Erika no hacen “mayor cosa” durante el día. Deben ocuparse de las labores domésticas, atender la vida familiar, trabajar en lo que salga durante el día, interactuar con los amigos en redes sociales. Pero cuando llega la noche y la brisa fresca de los farallones baja y cubre la ciudad, las ocasiones para el baile operan un milagro. Una energía irrumpe en el entorno y revoluciona sus vidas. El tiempo que transcurría en una suerte de espera cede su lugar al desfogue de sus cuerpos.
La música y la danza, que aparecen durante toda la película, aparecen siempre desprovistas de valor narrativo, surgen como una irrupción, una paréntesis del tiempo que transcurre en una espera de algo que no tiene lugar. Ni la música ni la danza introducen una nueva temporalidad en el documental, y al parecer tampoco le ofrecen a sus dos protagonistas un horizonte de vida, en el sentido de que sus perspectivas de futuro se construyen sobre otros pilares. Por eso operan como el símbolo de un presente absoluto, etéreo, como el aire que se respira, que entra al cuerpo humano y después sale y sigue flotando, evasivo.
Por otra parte está Erika, quien durante sus conversaciones cotidianas hace alusión a un futuro algo difuso que contrasta con el proyecto de viaje de Nikol. Pero tambien sus sueños nocturnos emergen durante sus conversaciones, convertidos en relatos que poco a poco alimentan una confusión entre sus horas de vigilia y sus horas de sueño. Y es que, durante las noches, Erika sueña que se reencuentra con sus familiares, ya desaparecidos, víctimas de la violencia. Y es así como estos relatos oníricos le otorgan a la violencia una “realidad” dentro del documental. Pese a que se trata de un elemento permanente de sus vidas cotidianas en el distrito de Aguablanca, la violencia latente del barrio no aparece nunca. Solo surge la violencia vivida en carne propia, primero como el relato de un sueño, y solo después como el testimonio de una víctima muy discreta. No se trata de una simple coincidencia capturada en el documental, sino de un verdadero hallazgo. Y es que las huellas más profundas de la violencia aparecen en el espíritu, en las pesadillas y en los momentos de máxima intimidad. Es como un teatro de sombras que solo existe cuando las luces no ocupan la totalidad del espacio. En eso a violencia y el cine comparten fundamentos.
Las directoras Carolina Navas y Catalina Torres han construido un entramado narrativo de gran sensibilidad entre el viaje de Nikol como proyecto de futuro y los sueños nocturnos de Erika como resurgimiento onírico del pasado y encarnación de la violencia. Tanto el viaje como los sueños se funden en el presente que transcurre y revelan una complejidad que proviene de la vida misma, y que ejemplifica el valor de un documental para la escritura de la historia social. El tema del sueño y la manera en que se han fundido sueño y realidad en el documental han alimentado el mí el deseo de releer uno de los grandes monumentos de la literatura española, la obra La vida es sueño de Calderón de la Barca. Por eso le cedo aquí la palabra a Segismundo para terminar esta breve nota:
Sueña el rico en su riqueza
que más cuidados le ofrece;
sueña el pobre que padece
su miseria y su pobreza;
sueña el que a medrar empieza,
sueña el que afana y pretende,
sueña el que agravia y ofende;
y en el mundo, en conclusión,
todos sueñan lo que son,
aunque ninguno lo entiende.
Yo sueño que estoy aquí
destas prisiones cargado,
y soñé que en otro estado
más lisonjero me ví.
¿Qué es la vida? Un frenesí.
¿Qué es la vida? Una ilusión,
una sombra, una ficción,
y el mayor bien es pequeño; que toda la vida es sueño,
y los sueños, sueños son.