Manifesta 9, “La profundidad de lo moderno”

Genk es una pequeña ciudad situada en el este de Bélgica, con casas grandes y rutas enarboladas que ha hecho de los paseos en bicicleta y en motos vespa uno de sus principales atractivos turísticos. Con cerca de 65,000 habitantes, Genk posee una diversidad cultural ejemplar : cuatro mezquitas turcas, una mezquita marroquí, una iglesia rusa ortodoxa, una iglesia griega ortodoxa, una iglesia católica ortodoxa y varias iglesias católicas divididas por nacionalidad : italiana, polaca, española y belga. Aunque oficialmente se habla flamenco, es fácil encontrar hablantes de inglés, árabe e italiano.

Hasta hace unos años, Genk era fundamentalmente una ciudad minera, habitada por obreros provenientes de países como Italia, Rusia, Alemania y países árabes. La existencia y el desarrollo económico de la ciudad giraban completamente en torno a sus tres minas de carbón, Waterschei, Zwartberg y Winterslag, cerradas entre los años 80 y 90 cuando los elevados costos de explotación liquidaron su rentabilidad. En una de estas minas, en el sitio de Waterschei, un edificio abandonado y casi en ruinas — antigua propiedad de André Dumont — fue acondicionado para la realización de la novena Manifesta, bajo la curaduría de Cuahtemoc Medina, asistido por Dawn Ades y Katerina Gregos. La escogencia del lugar hace eco de la apertura, en abril de 2012, del espacio cultural C-Mine, ubicado también en una de las minas, en Winterslag, donde han sido construidos centros de formación artística, espacios de exposición, talleres de artistas y salas de cine.

El concepto de la exposición

El título de la novena manifesta “La profundidad de lo moderno” hace alusión a la arquitectura subterránea de la minería así como a los distintos niveles históricos reunidos en las tres secciones de la exposición. En la primera sección “17 toneladas”, una recopilación de historias y objetos relacionados con los antiguos trabajadores de las minas de la región y sus familias sirve de contexto al lugar de la exposición. En la segunda sección de la exposición, “Poéticas de la reestructuración”, ha sido hecha una selección de obras de arte contemporáneo en torno al tema de los cambios económicos de comienzos del siglo XXI, marcada por el final de la explotación industrial y el inicio de una era postindustrial. En la tercera sección “La era del carbón”, una selección de obras de arte realizadas entre 1800 y el presente destinada a mostrar el lugar ocupado por la minería en la historia del arte.

La sección “17 toneladas” ha generado una fascinación especial entre los habitantes de Genk. Las piezas expuestas incluyen archivos y pinturas del grupo de Ashington (The Ashington Group), mineros ingleses que tras recibir un cursillo de pintura decidieron crear una asociación cultural para estudiar y difundir el arte moderno en general y exponer sus propias obras. Había también varios objetos que reflejaban la diversidad religiosa de los trabajadores, fundamentalmente de fe musulmana y católica, que en ese entonces y en ese rudo contexto de trabajo se mostraban solidarios y poco sensibles a las sospechas que la diversidad religiosa inspira en las políticas migratorias contemporáneas. También había numerosas piezas administrativas dentro de la muestra, particularmente las tarjetas de identidad creadas como medio de control para evitar el ingreso a las minas de trabajadores menores de edad, y junto a las cuales se explicaba que dichos límites variaban según el país y la época. Entre las piezas más cautivantes de esta sección destacaba un documental de una hora de duración en el que se mostraba el drama de la mina de Zwartberg, la muerte de dos trabajadores a manos de la policía durante una huelga organizada por el sindicato de la mina. El documental narra cómo tras el anuncio del cierre inminente de la mina, los trabajadores decidieron tomarse el lugar para impedir su cierre, obteniendo la ayuda de varios comerciantes, quienes acudían diariamente para suministrar víveres a los participantes de la toma. La tragedia ocurrió cuando durante una de las acciones de control de la policía ordenadas por el gobierno local, los policías dispararon sus armas cargadas con balas artificiales a una distancia mucho menor de la prevista. La muerte inesperada de los mineros llevó a los líderes de los trabajadores a buscar urgentemente al rey de Bélgica a fin de solicitarle intervenir en el conflicto para terminar con la violencia policial y garantizar que los diálogos se orientaran hacia compromisos fuertes con el futuro de los trabajadores. El proceso de negociaciones en el cual hasta entonces sólo se había hablado de posponer unos meses el cronograma del cierre tomó un giro concluyente, permitiendo que gobierno, empresarios y trabajadores definiera un cronograma basado en que cada uno de los trabajadores de la mina consiguiera un nuevo empleo.

La sección de arte contemporáneo reunía obras de artistas como Marcel Broodthaers, Christian Boltanski, Carlos Amorales y Alberto Cavalcanti junto con otros artistas menos conocidos, todos ellos originarios o radicados en Europa. Varias de las obras recurrían al uso del carbón como material de trabajo. Había también documentales y videos artísticos en los que se representaba la vida de los obreros y de los mineros, así como también instalaciones alusivas a la minería y a otras industrias, como la industria textil (“Para-production”, de Haifeng Ni) o la industria nuclear (“The house of energetic culture”, de Claire Fontaine). Muchas obras mostraban una visión catastrófica del final de la industrialización, por ejemplo, a propósito de la polución generada por la explotación industrial (“Plastic Reef” de Maarten Vanden Eynde), la homogeneización de la vida cotidiana (las fotografías de Edward Burtynsky), y la devaluación del trabajo humano (“Work in the Dark” de Ben Cain, “Martinete” de Oswaldo Maciá).

Aunque en general la exposición podía sugerir la primacía de una visión apocalíptica sobre la industrialización, centrada en los restos o deshechos industriales, también había obras dedicadas a exaltar la creatividad y la conciencia crítica de los trabajadores (“Yours in Solidarity” de Nicoline Van Haarskamp, “Sounds from Beneath” de Mikhail Karikis, “Nora’s Sisters” de Marge Monko), y en las que la atención se concentraba sobre todo en la realidad social que anima la economía industrial. Uno de los horizontes hacia los cuales abría era el paralelo entre artistas y obreros, del cual son muestras por un lado la película “Yours in Solidarity”, de Nicoline Van Haarskamp y por el otro el montaje fotográfico de la artista estoniana Marge Monko, “Nora’s Sisters”. En cierta forma, una de las piezas de la instalación “Make a Molehill out of a mountain” de Ante Timmermans sintetizaba así este paralelo: “l’artiste est un ouvrier de luxe” (el artista es un obrero de lujo).

Vale decir que el símil de Timmermans sobre el artista como obrero no es realmente restrictivo, en el sentido de que el mundo obrero puede ser un paradigma del trabajo en general, cualquiera que sea el área y el grado de especialización del trabajador. En mi caso, suelo pensar que el trabajo intelectual tiene una cierta proximidad con el trabajo obrero, y lo he pensado sobretodo cuando debo transportar libros pesados en la maleta.

Pero hay una relación entre artistas y obreros que resulta especialmente pertinente subrayar, y es su vínculo común con la modernidad. La modernidad afectó profundamente la historia del arte, tanto positivamente — como se percibe en la loa de la modernidad de Baudelaire en su retrato del pintor moderno — como negativamente — como en las obras de Gauguin — y es inevitable destacar que el arte contemporáneo trabaja principalmente a partir de materiales derivados de la producción industrial.

Por su parte, los mineros también experimentaron los aspectos positivos de la industrialización, especialmente en las dinámicas sociales y culturales de los entornos urbanos que fueron creados para albergarlos (barrios de obreros y zonas suburbanas), algunos de los cuales contienen historias maravillosas, pero el cierre de las industrias dejó al descubierto que la mano de obra estaba infravalorizada y que los destinos de los obreros y de sus espacios de vida estaban cruelmente articulados a la rentabilidad de las empresas. Por eso los barrios y ciudades de obreros que algún día fueron brillantes se vieron progresivamente confrontados a la pauperización y a la criminalidad.

La minería en el mundo contemporáneo

La Manifesta 9 sirve de invitación para pensar en la minería contemporánea, especialmente en el contraste que hay entre el cierre de minas en Europa y su apertura en los países del sur, justificado fundamentalmente por la diferencia en los costos de producción, el de la mano de obra en primer lugar. Del mismo modo, los movimientos sociales que han acompañado la minería europea y las explotaciones ubicadas en los países del sur tienen particularidades destacables.

En el caso particular de Genk, hubo enfrentamientos desencadenados por la decisión conjunta de gobernantes y empresarios de cerrar las minas en razón de su balanza negativa —más costos que beneficios. Los trabajadores hicieron huelga para denunciar la amenaza del desempleo y recibieron el apoyo de los vecinos del lugar. Actualmente en la minería latinoamericana los gobernantes incentivan la creación de minas creando dispositivos fiscales para reducir los costos de producción y atraer a las empresas. Por otro lado están las multinacionales buscando mantener o aumentar sus márgenes de productividad. Más allá están los trabajadores, sindicalizados para aumentar sus sueldos y obtener su seguridad social, en algunos casos sometidos a persecuciones sanguinarias sistemáticas. Y finalmente están los vecinos, frecuentemente indígenas, que ni son sensibles a la amenaza del desempleo ni a la necesidad de mejorar las condiciones del trabajo en las minas, pero en cambio sí lo son cuando las industrias extractivas se instalan en sus territorios ancestrales.

Entre los actores y las motivaciones de las protestas aparecen coincidencias y diferencias significativas. Las primeras se presentan esencialmente en los gremios de los trabajadores, siempre movilizados en torno a la protección del valor del trabajo. Después vienen las diferencias. Mientras que los gobiernos europeos inclinan la balanza en favor del cierre de las minas, los gobiernos latinoamericanos lo hacen en favor de su apertura. Mientras que los vecinos en Europa apoyan a los trabajadores en su lucha por la prolongación de las minas, los vecinos latinoamericanos cuando son “indígenas” luchan contra la implantación de dichas empresas en sus territorios tradicionales. Y a estas diferencias hay que agregarle una, no relacionada con los actores sino con los lugares. Mientras que las ciudades europeas forjadas en torno a las minas se convierten en sí mismas en polos de desarrollo, como en el caso de Genk, las regiones latinoamericanas donde se instalan las minas se vuelven paisajes desérticos, dominados por las carreteras destinadas al transporte de la maquinaria y de la producción. En América latina, las “regalías”, que por sus raíces lingüísticas pueden ser confundidas con regalos, han terminado convirtiéndose en regalos que por lo mismo sus destinatarios —los gobiernos regionales— tienden a destinar a gastos no prioritarios y a realizar contratos corruptos que benefician a sus allegados. Las “regalías” son en realidad el costo que por Ley las empresas deben pagar a los habitantes de las regiones por la explotación de sus recursos naturales. Y dado que se trata de recursos no renovables, el monto de las regalías debería servir para crear en las regiones economías sostenibles en el largo plazo, garantías para que las regiones tengan un futuro aunque sus recursos hayan sido completamente consumidos.

En este sentido, se puede contrastar la apacible ciudad belga de Genk con lugares como El Cerrejón, la mina de carbón a cielo abierto más grande del mundo, o Cerro Matoso, la segunda mina más grande de producción de Nickel y una de las menos costosas del mundo, en torno a las cuáles no sólo no existe ninguna planificación urbana, sino en las cuáles tampoco reina la paz. Al mismo tiempo se pueden contrastar por un lado el grupo de artistas de Ashington, la coral de mineros de Kent que protagoniza el video “Sounds from beneath” de Mikhail Karikis y Uriel Orlow, o la historia del cantante italiano Rocco Granata, quien a sus 10 años se trasladó junto con su familia a la región minera de Limburg en Bélgica, donde el padre encontró trabajo en las minas y el hijo la celebridad musical (su canción Marina fue reinterpretada por Louis Armstrong y Dalida), y por otra parte la única historia de celebridad entre los mineros latinoamericanos: la supervivencia de los 33 mineros atrapados en la mina de San José, en Chile, quienes duraron atrapados 70 días a 720 metros bajo tierra. Un heroísmo sin mañana.

A manera de conclusión, me gustaría proponer un último contraste, ya no a nivel de la minería en el mundo contemporáneo, sino a nivel de la recepción que ésta tiene entre los artistas contemporáneos invitados a la exposición por un lado y los habitantes de Genk por el otro. Justamente, se trata de destacar el desencanto general de los artistas en torno a la economía industrial y el fervor de los habitantes de Genk ante la sección “17 toneladas” que reunía precisamente fragmentos de algo que no solamente constituye una parte de su pasado familiar, sino también la razón principal por la cual existe su ciudad. Esto para decir que la falta de entendimiento que el arte contemporáneo suele generar entre el público no especializado no sólo revela carencias educativas en las clases populares, sino también una distancia a veces desmesurada en los artistas críticos respecto de la realidad social.